Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.01.2016

La injusticia de la redistribución



Hay quienes creen que pueden redistribuir, arbitrariamente, lo creado por unos a otros. Lo que unos han creado a base de su esfuerzo mental y su esfuerzo físico. Lo que unos han producido con el objetivo de alcanzar las metas que se han fijado en la vida. Riqueza que se han ganado justamente, respetando los derechos individuales de los demás y respetando los contratos que hayan hecho con otros. Riqueza que los redistribuidores, con alma de dictador, creen que tienen el derecho de entregar a otros que no la han ganado.

¿A qué se debe tal arrogancia de los redistribuidores, con disfraz de humildad y aprecio por los desposeídos? Al final, lo único que logran es obstaculizar el camino para superar la pobreza de aquellos con menos recursos, además de promover un sistema de incentivos perversos. Obstaculizan el progreso de todos, en particular el de los más pobres, porque promueven la expoliación de capital a quienes pueden invertir para transformar recursos en riqueza y crear fuentes de trabajo productivo que contribuyan a la mejora en los ingresos reales de todos, incluidos los menos productivos, ya que hasta ellos tendrían más oportunidades de encontrar un empleo.

Promueven el sistema de incentivos perversos que tanto daño a hecho a la moral de muchos. Creen que unos, por ser exitosos, deben sacrificarse por otros, independientemente de si estos otros merecen lo que el redistribuidor pretende entregarles. Todos tenemos necesidades pero, de igual manera, tenemos la responsabilidad personal de satisfacerlas. Es injusto responsabilizar a unos de satisfacer las demandas de otros que, en muchos casos, se conforman con las migajas que les entregan los redistribuidores, después de que el dinero arrebatado a los creadores se pierde en el parasitario aparato burocrático estatal y las cuentas de los gobernantes. Es en estos dos rubros donde termina la mayor parte de la riqueza que, si se hubiera quedado en manos de sus legítimos dueños, hubiera contribuido a la mejora en la calidad de vida de otros, en la medida en la cual cada uno ganara su pan de cada día.

Por cierto, es más importante el esfuerzo mental que el físico, porque de poco sirve hacer enormes esfuerzos físicos, si partimos de un juicio que es falso nunca vamos a alcanzar nuestros objetivos, cualesquiera que estos sean y por más que trabajemos 18 horas al día, todos los días de nuestra vida. El objetivo del esfuerzo mental es el reconocimiento de los hechos de la realidad que nos permite emitir juicios verdaderos.

Circula un "meme" en las redes sociales virtuales que dice: “El envidioso no quiere lo que tú tienes, lo que quiere es que tú no lo tengas”. Y a estas alturas del debate, y con toda la evidencia que prueba que el intervencionismo, el estatismo, el colectivismo y la redistribución sólo obstaculizan el desarrollo, pienso que quien haya escrito la frase mencionada tiene razón. Por supuesto, aparte están los politiqueros oportunistas que saben que la mayor parte de lo redistribuido terminará en sus bolsillos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 1 de agosto de 2016.

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