No tengo duda: la pena de muerte se debe
aplicar en aquellos casos que el crimen cometido la justifique y en las
acusaciones que han sido plenamente probadas y no existe ninguna duda razonable
acerca de la culpabilidad del acusado. Es lo moralmente correcto. La aplicación
de la pena de muerte es un asunto que corresponde al ámbito de la moral: es un
error abordarlo de una manera pragmática y utilitarista.
Se equivocan en su análisis quienes pretenden
justificar su oposición a que se aplique la pena de muerte en que no hay
evidencias de que sea un disuasivo para aquellos que están dispuestos a asesinar
a alguien: caen en la falacia de la generalización apresurada. Hay todo tipo de
estudios y estadísticas que muestran que sí es un disuasivo, así como hay otros
que pretenden probar la hipótesis contraria. Al final, todo depende de las
variables y el contexto dentro del cual se recaban las muestras y las examinan.
Yo considero que sí es un disuasivo. Sin
embargo, recalco que apoyo la aplicación de la pena de muerte cuando es lo
justo.
Quienes opinan
sobre la pena de muerte fuera del contexto moral, terminan siendo cómplices de
quienes la aplican en el sector informal de la justicia: sin un
juicio previo, sin el debido proceso. O sea, en los linchamientos que
proliferan en nuestro país. Olvidan que de
buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Dicen que les
preocupa que se pueda condenar a morir a un inocente, y prefieren que terroristas,
asesinos en serie, sicarios… vivan el resto de su vida a expensas del
tributario. Confunden la aplicación de la pena de muerte a quién la merece (hecho
que debe ser probado, respetando el debido proceso) con el reto que significa
mejorar nuestro sistema de justicia.
Pero aún, con
todo y las dificultades que este último enfrenta, hay casos en los cuales no
hay duda de que el acusado es responsable del crimen del cual se le acusa. Por
ejemplo, hay confesiones de sicarios que, sin
ninguna pena, reconocen que se dedican a asesinar gente por encargo.
¿Consideran que a estas personas se les debe condenar a vivir el resto de sus vidas a expensas de los
tributarios? ¿Qué no corren el riesgo muchos inocentes que, si estos criminales
logran escapar, serían sus próximas víctimas?
Todos merecemos
que se respeten nuestros derechos, comenzando por el derecho a la vida, una vez
nosotros cumplamos con nuestra parte del trato: respetar los derechos de los
otros y no iniciar el uso de la fuerza en contra de nadie. Trato que sólo es
posible entre seres racionales. Aquellos que desprecian la vida humana, como es el caso de los asesinos en serie o los
terroristas, e inician el uso de la fuerza contra otros con la intención de causarles
la muerte, deben estar dispuestos a pagar un castigo proporcional al crimen que
pretenden cometer. Es lo justo. Y, lamentablemente en muchos aspectos, hasta la
misma muerte del criminal puede ser un costo demasiado pequeño para compensar
el daño que les hizo a otros seres humanos.
Artículo
publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 29 de febrero de 2016.Etiquetas: debido proceso, justicia, moral, muerte, pena, Pena de muerte, razón
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