La Guatemala en la cual las
condiciones de vida de la mayoría dependen de caudillos, autoproclamados defensores
de los pobladores, más temidos por estos últimos que respetados, gente que
aplica a su antojo una supuesta justicia
totalmente ajena al debido proceso que suele prestarse para cometer
injusticias. Un estilo de vida preindustrial
que no es cosa del pasado: está presente y es vigente entre nosotros, aunque
gran parte de los capitalinos y aquellos que viven en los municipios aledaños a
la ciudad ignoren esta realidad.
Una Guatemala donde cualquiera
puede ser condenado a muerte en cualquier momento: una pena que se ejecuta
inmediatamente impuesta, se haya o no probado que el acusado es culpable de lo
que se le imputa, independientemente de si el delito o crimen del que se le
hace responsable amerite semejante castigo fatal.
Una Guatemala donde los pobladores de dos municipios vecinos se enfrentaron
por una escuela, cuyo resultado final fue la destrucción del bien que los
involucrados en la trifulca anhelaban. ¿Dónde quedó la justicia salomónica? Todos perdieron. Una Guatemala donde prevalece
la voluntad del más fuerte, donde millones viven en las antípodas de un Estado
de Derecho, donde la violencia es el primer recurso que muchos emplean para
alcanzar sus objetivos.
Una Guatemala donde el poder local
es ejercido por reconocidos delincuentes que apaciguan ¿narcotizan? a
los habitantes del área que controlan con medidas populistas, imitando a los
políticos corruptos que gobiernan desde las más altas esferas. Políticas
a las cuales también recurren aquellos que se encuentran en campaña con el
objetivo de ocupar algún cargo importante
dentro de la ineficiente burocracia estatal, ya sea por medio del voto o asociándose con alguien que haya logrado
el objetivo mencionado o que tenga posibilidades de alcanzarlo.
Un feudalismo contemporáneo
que surge por los mismo motivos que nació en la Edad Media en Europa: por la
inseguridad e inestabilidad en la cual nos ha sumido el estatismo, colectivista
e intervencionista, que ha predominado desde tiempo atrás como sistema político
en nuestro país, sin importar quiénes lo impongan o que se declaren de izquierda o de derecha. Un feudalismo más que pareciera aún más castrante que aquel
que imperó entre los siglos IX y XV en el viejo
continente. Al menos en ese tiempo
los vasallos firmaban un contrato
sinalagmático con el señor, un
compromiso que en muchas ocasiones era cumplido.
Sé que la mayoría de la población
urbana, en especial aquellos que pertenecen a grupos donde la situación no es
crítica, eligen ignorar o falsear la realidad. Creen, tontamente, que al
desentenderse de los problemas que enfrentamos como miembros de una misma
sociedad estos desaparecerán ¿por arte de magia? ¡Qué ilusos! Por no utilizar
otros adjetivos que describirían mejor su actitud. El resultado de esa
irresponsabilidad ha sido, es y será trágico para todos, incluidos los ignorantes por elección.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de febrero de 2015.Etiquetas: corrupción, criminalidad, estatismo, inseguridad, justicia, linchamientos
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