Si algo nos une a la mayoría de las personas, en Guatemala y
en todo el mundo, es ese anhelo de vivir en paz, un sueño que para muchos
parece lejano en las ¿sociedades? del presente. Pongo en duda utilizar el
término sociedad en la actualidad, independientemente de que sí haya países en
los cuales predominen las características que permiten llamar a un grupo de
humanos libremente asociados, sociedad. Y lo pongo en duda porque la mayoría, a pesar de desear la paz, aún no entiende cómo ésta se alcanza ni
las implicaciones que trae consigo la decisión de vivir en sociedad.
Desde tiempos de Aristóteles, se reconoce que una sociedad
es una asociación de personas libres que cooperan en búsqueda de un bien común,
ya qué, cómo escribió el mencionado filósofo “los hombres, cualesquiera que
ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece bueno” (“La
Política”, Libro I, Capítulo I). Es un hecho que desde tiempos de la revolución
neolítica, se demostró que asociarnos con otras personas para alcanzar nuestros
fines propios es mucho más productivo que aislarnos y pretender vivir
autónomamente. La interdependencia entre los integrantes de una misma sociedad,
y el resto de miembros de nuestra especie, ha aumentado conforme se multiplica,
en particular a partir de la Revolución Industrial de forma exponencial, la
división del trabajo voluntaria: o sea, la división producto de las decisiones
libres de cada individuo.
Para vivir dentro de una sociedad, con el objetivo de
progresar y no solo sobrevivir, aspirando a vivir la mejor vida posible,
debemos respetarnos los unos a los otros, lo que significa el reconocimiento de
que todos tenemos el derecho a nuestra vida, a decidir sobre ésta y a disfrutar
de los bienes que sean el producto legítimo de nuestro esfuerzo, tanto el
mental como el físico. Estos dos últimos derechos, a la libertad y a la
propiedad, se derivan del derecho fundamental de toda persona a la vida, y son
necesarios para conservarla. Por supuesto, es obligación de cada quien velar
por sí mismo, y no de los demás miembros de la sociedad. Nos asociamos, no para
parasitar del trabajo de los otros, sino para cooperar e intercambiar
libremente y en paz.
Las únicas funciones que por naturaleza corresponden al
gobierno son las de velar porque ese respeto sea una realidad y, en caso un
antisocial violente los derechos de alguien, éste compense a su víctima.
Cualquier otra función de los gobernantes será contraria a la naturaleza del
gobierno, porque requerirá de la violación de los derechos de unos para
satisfacer las demandas de otros, lo que, además de injusto, es inmoral.
Debemos aprender a convivir respetuosamente para
progresar. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, afirmó Benito Juárez, y esa
proposición es la única definición posible para el término “bien común”. Nadie
tiene el derecho de imponer a otros sus decisiones, ni debe tenerlo. Si hoy
usted pretende imponer su código de valores a otros, mañana cuando otros
lleguen al ejercicio del poder, podrán imponerle a usted los de ellos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 22 de mayo de 2017.
Etiquetas: Aristóteles, Benito Juárez, derechos, división, gobierno, industrial, libertad, naturaleza, neolítica, obligaciones, Paz, propiedad, respeto, revolución, sociedad, trabajo, vida
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