Un 21 de marzo nacieron Song Taizu, Johann Sebastian Bach y Benito Juárez,
entre otros muchos más. Entre estos últimos me encuentro yo que también nací un
21 de marzo, día en que generalmente se celebra el equinoccio de primavera: la
primera estación del año que trae nueva vida después del invierno pasado. Los idus para los romanos, el de marzo
incluido, eran días de buenos augurios, aunque no lo fueron para Julio César,
quien fue asesinado el 15 de marzo del año 44 antes de la era común. Para
muchos ha sido el día de nacer, para otros el de morir. Ambas fechas que no
dependen de nosotros en la mayoría de los casos, sino de otros o de otras
causas.
Todos los que vivimos, conscientes
de la vida o simplemente dejándose llevar por el pasar del tiempo, tenemos que
nacer. Pero no todos vivimos un renacer. Yo renací el día que descubrí que el
mundo que desde niña había deseado puede
ser ganado, existe, es real y posible… y es mío: de mi depende hacerlo
realidad. El detonante de mí renacer fue un libro que me regaló un maestro a
quien agradezco todo lo que de él he aprendido: Warren Orbaugh. Recuerdo que en
1997, me dio una copia de una obra breve llamada Anthem. Fue precisamente cerca de mi cumpleaños, lo que lo convirtió
en uno de los mejores presentes que he recibido. Fue el principio de un viaje
intelectual que terminará cuando muera.
Al profesor Orbaugh lo conocí a principios de ese año en discusiones
académicas en las cuales participaban catedráticos y estudiantes. Yo cursaba la
maestría en Ciencias Sociales, y por ser una estudiante inquieta y
cuestionadora, fui invitada a participar en los mencionados seminarios. Desde
un principio me llamaron la atención las intervenciones de Warren, por lo que
al final de los diálogos me acercaba a él a hacerle cualquier cantidad de
preguntas. Fue eso, según recuerdo, lo que le motivo a obsequiarme la obra que
iba a cambiar, para bien, mi vida.
Himno, conocida en sus primeras ediciones como ¡Vivir!, es una novela corta de Ayn Rand
publicada en inglés en 1938, de la cual les comparto pasajes que considero
claves: “Son mis ojos los que ven... Son mis
oídos los que escuchan, y mi capacidad de escuchar le da música al mundo. Es mi
mente la que piensa, y el juicio de mi mente es la única luz que puede
encontrar la verdad. Es mi voluntad la que elige y la elección de mi voluntad
es el único edicto que debo respetar…mi felicidad no necesita un fin superior
para ser posible. Mi felicidad no es un medio para ningún fin. Ella es el fin.
Ella es la meta. Ella es su propio propósito”.
Aprendí a amar a quién lo merece
y que el honor, como todo en la vida debe ser ganado. Aprendí que no soy “el
medio para ningún fin que cualquier otro quiera cumplir. No soy una herramienta
para ser usada. No soy un sirviente para sus necesidades…No soy una pieza de
sacrificio para sus altares…Yo guardo mis tesoros: mis pensamientos, mi
voluntad y mi libertad. Y el más grande es mi libertad”. Aprendí que también
soy Prometeo.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el
lunes 21 de marzo de 2016.
Etiquetas: Anthem, Ayn Rand, idus, Marta Yolanda Díaz-Durán A., marzo, Prometeo, vida, Warren Orbaugh
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