Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

3.21.2016

Renacer



Un 21 de marzo nacieron Song Taizu, Johann Sebastian Bach y Benito Juárez, entre otros muchos más. Entre estos últimos me encuentro yo que también nací un 21 de marzo, día en que generalmente se celebra el equinoccio de primavera: la primera estación del año que trae nueva vida después del invierno pasado. Los idus para los romanos, el de marzo incluido, eran días de buenos augurios, aunque no lo fueron para Julio César, quien fue asesinado el 15 de marzo del año 44 antes de la era común. Para muchos ha sido el día de nacer, para otros el de morir. Ambas fechas que no dependen de nosotros en la mayoría de los casos, sino de otros o de otras causas.

Todos los que vivimos, conscientes de la vida o simplemente dejándose llevar por el pasar del tiempo, tenemos que nacer. Pero no todos vivimos un renacer. Yo renací el día que descubrí que el mundo que desde niña había deseado puede ser ganado, existe, es real y posible… y es mío: de mi depende hacerlo realidad. El detonante de mí renacer fue un libro que me regaló un maestro a quien agradezco todo lo que de él he aprendido: Warren Orbaugh. Recuerdo que en 1997, me dio una copia de una obra breve llamada Anthem. Fue precisamente cerca de mi cumpleaños, lo que lo convirtió en uno de los mejores presentes que he recibido. Fue el principio de un viaje intelectual que terminará cuando muera.

Al profesor Orbaugh lo conocí a principios de ese año en discusiones académicas en las cuales participaban catedráticos y estudiantes. Yo cursaba la maestría en Ciencias Sociales, y por ser una estudiante inquieta y cuestionadora, fui invitada a participar en los mencionados seminarios. Desde un principio me llamaron la atención las intervenciones de Warren, por lo que al final de los diálogos me acercaba a él a hacerle cualquier cantidad de preguntas. Fue eso, según recuerdo, lo que le motivo a obsequiarme la obra que iba a cambiar, para bien, mi vida.

Himno, conocida en sus primeras ediciones como ¡Vivir!, es una novela corta de Ayn Rand publicada en inglés en 1938, de la cual les comparto pasajes que considero claves: Son mis ojos los que ven... Son mis oídos los que escuchan, y mi capacidad de escuchar le da música al mundo. Es mi mente la que piensa, y el juicio de mi mente es la única luz que puede encontrar la verdad. Es mi voluntad la que elige y la elección de mi voluntad es el único edicto que debo respetar…mi felicidad no necesita un fin superior para ser posible. Mi felicidad no es un medio para ningún fin. Ella es el fin. Ella es la meta. Ella es su propio propósito”.

Aprendí a amar a quién lo merece y que el honor, como todo en la vida debe ser ganado. Aprendí que no soy “el medio para ningún fin que cualquier otro quiera cumplir. No soy una herramienta para ser usada. No soy un sirviente para sus necesidades…No soy una pieza de sacrificio para sus altares…Yo guardo mis tesoros: mis pensamientos, mi voluntad y mi libertad. Y el más grande es mi libertad”. Aprendí que también soy Prometeo.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de marzo de 2016.

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