¿Hace cuánto tiempo dejó de ser considerada una virtud la aspiración de los
griegos clásicos a la búsqueda de la excelencia? ¿Cuándo el deseo del ser
humano de cultivar la areté, de ser
orgulloso y de aspirar a la perfección moral pasó a ser condenado como un mal,
en lugar de ser reconocido como el hábito necesario para ser feliz? ¿Quiénes,
maliciosamente, confundieron y trastocaron el sentido verdadero del orgullo
sustituyéndolo por el de la arrogancia? Los únicos que han salido victoriosos, hasta cierto punto, con
este engaño han sido los mediocres y los saqueadores que pretenden obtener lo
que no se han ganado a costa de aquellos que sí se han esforzado y han merecido
lo que tienen.
No se equivoque: quien practica la virtud del orgullo no es el vanidoso que
presume ser quien no es. Ser orgulloso implica trabajar en uno mismo para lograr
la perfección moral, la cual sólo se alcanza por medio del inviolable
compromiso de usar siempre nuestra razón para identificar e integrar cabalmente
la información que nos proveen nuestros sentidos sobre la realidad: aplicar la
virtud de la racionalidad para adquirir y crear los valores de carácter que lo
hacen a uno merecedor de florecer.
Según Ayn Rand, es la persecución sistemática de la propia realización y
del mejoramiento constante con respecto a las metas personales, ya que la
supervivencia demanda un compromiso ambicioso de guiarnos por principios
morales: “Uno debe ganarse el derecho de tenerse como su valor máximo”.
El orgullo es el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo
hacen a uno merecedor de florecer, sentirnos
dignos de vivir y tenernos en gran estima: valorarnos a nosotros mismos. No permitirnos
ser menos que excelente. Exigirnos ser llenos de virtudes y no cometer actos
vergonzosos. Nunca aceptar una culpa inmerecida. Corregir los agravios y
errores cometidos. No permitir ser tratados como menos que persona. No aceptar
el papel de animal de sacrificio, ni de esclavo, ni de objeto. Fijarnos
estándares altos y conscientemente tratar de alcanzarlos. Dedicarnos a hacer
que nuestro mejor sea aún mejor.
Es una virtud introvertida: se enfoca en nuestro interior. Conseguir dentro
de nosotros el mejor carácter posible: sin manchas, sin ser presumidos, fanfarrones,
ostentosos. Sin pretender impresionar a otros o convertir nuestra vida en una
competencia cuyo objetivo es alardear de la supuesta superioridad de uno sobre
los demás.
No permitirnos ser menos de lo mejor que podemos ser es necesario para nuestra
autoestima, sin la cual es imposible la vida humana productiva y satisfactoria.
La autoestima es la apreciación moral fundamental positiva de uno mismo. Del
proceso por el cual uno vive. De la persona que uno crea por medio de sus
acciones. La convicción de que uno es capaz de vivir: de que uno merece vivir. Nuestra
vida y nuestra felicidad dependen de que las conclusiones y las elecciones que
hagamos sean las correctas.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de marzo de 2015.Etiquetas: autoestima, Ayn Rand, orgullo, sentido de la vida, vida
1 Comments:
Me encantó su artículo. Hice un artículo inspirado en él y en un post en facebook: https://manerasdever.wordpress.com/2015/04/21/hh/
By Angelica Estrada, at 3:48 p.m.
Publicar un comentario
<< Home