Sé, gracias a sus correos, que varios de ustedes esperaban leer hoy la segunda parte del ¿cuento? que compartí con mis lectores la semana pasada. Sin embargo, a raíz del macabro asesinato de 27 personas en Petén,
me veo en la necesidad de posponer la publicación de “Pasados los quince minutos” para el próximo lunes. Estoy segura que la mayoría entenderá el porqué.
Como lo expresa correctamente Alberto Benegas-Lynch (h) en un artículo publicado el pasado jueves en el diario argentino “La Nación”, en el que comenta el caso de la llamada revolución de los indignados en España: “Es increíblemente curioso y por cierto muy paradójico que la gente sea explotada miserablemente por intervencionismos estatales inmisericordes y, simultáneamente, las víctimas pidan más de lo mismo”. Lo que es aplicable a millones en muchos países, incluido el nuestro.
Uno de los ejemplos más recientes de lo absurdo que es pedir más poder para los gobernantes y una reducción mayor al poco respeto que todavía queda a los derechos individuales es la exigencia de un grupo de señores del CACIF de que en toda Guatemala se imponga el Estado de Sitio. ¡Qué tontería! Creen que de esa manera los criminales se van a encerrar en sus casas a temblar del miedo ante la presencia de las fuerzas de seguridad. De no ser por las consecuencias que la propuesta conlleva para los ciudadanos honrados y respetuosos de la Ley, una solicitud como la de los mencionados sería para tirarse al piso a llorar de la risa.
De tiempo atrás me hago la pregunta, y aún no he encontrado la respuesta, de por qué a tantos bienintencionados les cuesta entender ¿o reconocer? que por definición a los delincuentes y criminales la legislación y todas las prohibiciones que hayan en determinado momento en una sociedad, cualquiera que esta sea, les viene del norte y se la pasan por el arco del triunfo. Por eso, mis indignados señores caciferos y demás que piensen como ellos, los decretos que limitan el ejercicio de los derechos ciudadanos NO acaban con el mal que pretenden combatir. Por el contrario, lo fortalecen en el largo plazo.
Lo que sí con mucha pena tengo que aceptar es que hoy Guatemala entera es un espacio digno de una serie de televisión donde la escena del crimen es todo el territorio nacional. Una escena del crimen perfectamente limitada, como nuestros derechos, pero en la cual pocos se atreven a investigar las violaciones diarias por miedo a perder su vida en el intento. Al fin, muchos agentes de la justicia ya han muerto a manos de los antisociales que pretendían atrapar. Y lo más lamentable de todo es que NINGUNO de los candidatos presidenciales tiene la valentía de proponer lo único que se puede hacer: descriminalizar, (como explica Benegas-Lynch (h) en “La tragedia de la drogadicción”) la producción, comercialización y consumo de las drogas prohibidas, sin importa la opinión del gobierno de Estados Unidos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de mayo de 2011. La fotografía la tomé el 11 de febrero de 2011, cuando fui a cubrir la escena del crimen: un asesinato, no como cualquiera, en la zona viva.
Etiquetas: Alberto Benegas-Lynch (h), CACIF, drogas, Guatemala, La tragedia de la drogadicción, Los Indignados, seguridad
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