Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

1.28.2008

Lo siento


Siento mucho, muchísimo, darme cuenta de que, más rápido de lo que había pensado, esa farsa de ley que se vendió como la panacea de los infantes desamparados, abandonados, maltratados, abusados… tantas veces por sus familiares, incluidos sus padres… se cae en pedazos, al salir a luz las verdaderas razones que guiaron a varios de quienes se rasgaban las vestiduras, amenazaban con inmolarse o, al menos, cortarse las venas con pan sándwich (digo, no vaya a ser que se lastimaran al utilizar otro objeto) si no era aprobada.

¿Cuáles son algunas de esas razones? La búsqueda de poder, dinero, fama. Un cómodo puesto en la burocracia estatal que les asegure altos ingresos a cambio de nada. ¿Acaso se les puede exigir el cumplimiento de sus labores? Los podemos criticar, despreciar, recordarles a su madrecita (por suerte ellos sí la tuvieron), decirles hasta de qué se van a morir que, total, a la gente de su especie les da igual. Han llegado a desarrollar tal cuero aceitoso que todo les resbala.

Probablemente hay motivos de índole sicológica que, sin duda, no creo tener la suficiente información como para emitir un diagnóstico y menos sugerir un tratamiento. El resentimiento, la envidia, la frustración, sentirse fracasado, independientemente del éxito alcanzado, son obstáculos que sólo se pueden vencer cuando el individuo reconoce que los padece, y existe un compromiso real del sujeto de tratarse, buscar las raíces de sus males y tomar cartas en el asunto para superarlos. En fin, un problema de quien así siente, así vive y así consume su escaso e irrecuperable tiempo.

Por supuesto que hay que corregir los abusos que algunos hayan cometido en tan noble proceso como es el de la adopción. Pero de eso a sepultar la esperanza de los huérfanos, hay un gran trecho. En lugar de estatizar, monopolizar, burocratizar y pasarle el costo del trámite de las adopciones a los tributarios, se debió fortalecer la persecución y condena de aquellos que hubieran incurrido en actos criminales.

Quienes me hacen el honor de leer lo que escribo, o escuchar “Todo a pulmón” (100.9FM, al mediodía), saben cómo este tema me ha tocado en lo personal. Conocen de mi amistad con un grupo de cariñosos niños que, a pesar de lo queridos que son (yo soy sólo una más entre tantos que daríamos casi cualquier cosa por verlos dichosos e integrados a una familia), anhelan ser adoptados. Seres bellos que desean disfrutar del amor exclusivo de un padre o una madre. Qué mejor si ambos. Pero, al menos con uno de ellos que los ame, los proteja y se dedique por entero, como lo hacen muchos, a brindarles una vida plena de oportunidades, es suficiente.

Se puede enmendar el error. Se puede revertir por medio del activismo jurídico y la indignación de la población consciente. Pero todo ello implica, además del decir, la acción. No debemos quedarnos de brazos cruzados. Todos podemos hacer algo. Por favor, hágalo.

Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 28 de enero de 2008.

La fotografía de Rodolfo la tomé el sábado 26 de enero de 2008, en el Hogar Rafael Ayau.

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