Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.11.2006

Abracadabra al arca

Los políticos, particularmente aquellos que ejercen el poder, deberían de solicitar su diploma de magos profesionales especializados en la desaparición de los fondos de los tributarios. Ahora los miramos (cuando salen de nuestros bolsillos), y ahora no los miramos (cuando acaban en la cuenta de vaya Dios a saber quién).

El título de prestidigitadores estatales describe mejor que el término de gobernantes las principales habilidades de tantos dedicados a los oficios maquiavélicos. ¿Habrán estudiado con los seguidores de Harry Houdini? ¿O varios se han actualizado y son admiradores de David Copperfield? Total, también son escapistas protegidos por el manto de la ley de antejuicios.

Según los datos oficiales del Ministerio (¿o misterio?) de Finanzas, de 1995 al año 2005, los gastos totales ejecutados por esa ficción llamada Estado, ascendían a la cantidad de 202,655 millones de quetzales. ¡No, seguro!, si se nota que los habitantes de Guatemala... ¿no pagamos impuestos? Probablemente esa inimaginable suma de dinero para cualquier mortal que sabe lo que cuesta ganarse el pan diario de cada día, la deben haber aparecido los burócratas en un abrir y cerrar de ojos: por arte de magia. O tal vez la cortaron de los árboles de pisto: billete por billete. ¿O será que la recaudaron gracias a las mañas de las reformas impositivas, único producto de los pactos fiscales?

Saque la calculadora, el celular, la Palm o su Blackberry y haga números: divida la miríada de pisto que hemos pagado (y han derrochado los susodichos burócratas en esos poco más de 10 años) dentro de una tasa de cambio promedio de 7.60 quetzales por un dólar y le dará el irrisorio (al menos para algunos alucinados) resultado de 26,665 millones de dólares. Increíble, ¿no? Pero cierto: un titispushtal de money, real y objetivo, que han dilapidado nuestros gobernantes. Sí: dilapidado, porque ¿dónde están los flamantes efectos positivos que esa enorme fortuna ha tenido en la calidad de vida de las personas? Acertó: en ningún lado. Claro, exceptuando a quienes han tenido la suerte de conseguir un hueso en el Congrueso o en cualquier otro organismo del aparato estatal.

Y si algo ha abundado en esa década es una variedad de Presidentes de distintos tamaños, colores e inclinaciones: Ramiro de León, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo y Óscar Berger. Y algunos de ellos no se pueden ver ni en pintura. Así que el cuento trillado del gobierno de los mismos de siempre, no es racionalmente sostenible. Entonces, ¿qué ha fallado? Sin duda, el sistema. Y, ¿quién de ustedes, dilectos lectores, adivina cuál es ese sistema?

En fin, si ese dinero hubiera quedado en manos de sus legítimos dueños, ¿se imagina el montón de recursos que podría haber transformado en riqueza de la que beneficia a todos? En quimeras se desperdicia el capital que tanta falta hace en sociedades miserables, lamentablemente dirigidas por nigromantes en vías de subdesarrollo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de diciembre de 2006.