Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

10.03.2011

Si yo fuera Jennifer


Y viviera dentro de un sistema de incentivos correctos, probablemente no hubiera muerto de forma trágica siendo apenas una niña. Habría menos posibilidades de que un degenerado criminal me hubiera violado, torturado y asesinado cuando tenía apenas ocho años. Un antisocial que, además, era mi familiar. Una bestia que también mató a su propia abuela. A mi abuela de nombre Argentina, de nacionalidad guatemalteca. Y si aún así mi primo hubiera acabado con nosotros, mi madre, Ana Lorena, sabría que se haría justicia y Jefrey pagaría las consecuencias de sus acciones y la compensaría, siendo ella la única víctima que todavía vivía.

La semana pasada leí varios capítulos del libro "Los fundamentos de la moral" de Henry Hazlitt para la discusión socrática del Club de Lectura del Centro de Ética David Hume. Menciono lo anterior, porque en el capítulo 8 (La necesidad de reglas generales) Hazlitt cita precisamente a Hume y su obra “A treatise of Human Nature” (1740) afirmando que "...sin justicia la sociedad se ve obligada a disolverse inmediatamente, y cada uno caerá en una condición salvaje y aislada, infinitamente peor que la peor situación que pueda ser posible suponer en la sociedad…cuando los hombres han tenido la suficiente experiencia para observar que…todo el sistema de acciones en el que la sociedad entera concurre es infinitamente ventajoso para el todo y para cada parte, no pasa mucho tiempo sin que la justicia y la propiedad se imponga".

Pensé que el vil asesinato de Jennifer y su abuela Argentina es una consecuencia más de vivir en el marco de un sistema legislativo de reglas arbitrarias, que privilegian a unos a costa del resto. Un caprichoso producto de la voluntad del legislador de turno (y todo aquel que haya ejercido el cargo de legislador dentro del sistema mencionado). Voluntad generalmente comprada. Voluntad que se vende a conveniencia del mejor postor. Por supuesto, voluntad que busca sus propios intereses, más allá del discurso bien intencionado que haya utilizado para llegar a la posición de poder que ocupa o haya ocupado.

La lectura de estos capítulos que tratan sobre las reglas generales y de aplicación universal (un sistema de incentivos correctos basado en principios objetivos), me sirvieron para afirmar mi convicción de por qué en Guatemala pasan frecuentemente hechos despreciables como la muerte de Jennifer, una criatura de ocho años cuyo sueño era llegar pronto a ser una mujer adulta. En Guatemala NO hay justicia. Y no la hay precisamente por el sistema en el cual vivimos: un Estado benefactor/mercantilista.

También afirmó mi convicción de que si de verdad la mayoría queremos vivir en otras condiciones, vivir en una sociedad basada en el respeto de los derechos individuales de los unos a los otros, los mandantes (con carácter de urgencia) debemos presionar para que sea consultada y ¡ojalá! aprobada la modificación a nuestra Constitución propuesta por ProReforma.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 3 de octubre de 2011. En la foto, Jennifer y su abuelita Argentina.

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