Ayer por la noche varié mis actividades cotidianas asistiendo al vivificante concierto de Eddie Palmieri y su
Latin Jazz Band. Disfruté tanto que llegó un instante en que se aceleró mi corazón de tal manera que las palpitaciones de ese músculo mío alcanzaron la intensidad de las variaciones e improvisaciones que vivimos esa noche.
Probablemente la más sorprendente de las variaciones fue la decisión del maestro de variar lo único anunciado como seguro en el programa: un intermedio en el que íbamos a ver bailar salsa a una pareja de bailarines profesionales. No hubo pausa entre las variadas melodías. No hubo danza porque no hubo descanso. Los artistas eligieron tocar de corrido las canciones que seleccionaron al vuelo de su inspiración. Hora y media de emociones alternadas que iban de la melancolía a la sensualidad, de la alegría compartida a la intimidad individual.
Hoy, siguiendo el ejemplo de la leyenda del jazz latino que se presentó el jueves pasado por la noche en nuestro país, decidí variar mi escrito de los viernes que usted lee los lunes. Una variación de fechas y actividades. Yo escribo. Usted lee. ¿Nos comunicamos? Eso espero. ¿Variamos en el proceso nuestras ideas, descartando las falsas y reemplazándolas por premisas verdaderas? Eso también lo espero.
Total, mi repertorio varía del que comúnmente programan otros escribidores en otros medios. O en este mismo matutino. Qué aburrida sería la existencia si sólo habláramos, pensáramos y abordáramos un tema. Si acaso alguien sigue ese rumbo, imagino que es para evadir su propia existencia, algo que es para mí difícil de entender ya que considero a la vida el mayor de los placeres. El valor que da valor a mis otros valores.
Yo sin duda he variado, pienso que he evolucionado, en estos poco más de trece años que tengo de escribir sueltos para medios de difusión masiva. Lo que no significa que nos lean masivamente. Quiero creer que la mayoría de los pocos que me acompañan leen hacia adentro y detenidamente mis palabras que generalmente expresan juicios objetivos de valor con el propósito específico de invitarlos a pensar usando su razón y dejando el uso de la imaginación para el ámbito que le corresponde: el de la ficción. Lo anterior lo hago con el fin ulterior de retirar de nuestro camino los principales obstáculos que en este hay para lograr el mayor anhelo de todo humano que se precie de serlo: la felicidad.
Por cierto, muchos consideran al jazz como el género musical de la improvisación. En lo particular, y para variar, pienso que más que improvisar, lo que hacen los genios del jazz, que no lo son todos los que incursionan en este arte, es organizar su conocimiento de una manera diferente para crear un nueva obra que puede llegar a superar aquella que les sirvió de punto de partida. Así como toda persona que, con su sentido de la vida único e irrepetible, es responsable de una magnum opus: su propio ser.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 26 de septiembre de 2011. La fotografía la tomé el jueves 22 de septiembre de 2011 en el Auditórium Juan Bautista Gutierrez.Etiquetas: Eddie Palmieri, jazz, música, vida
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