Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.27.2010

"Por querer soy pobre...


Y por amar soy desgraciado”. La anterior aseveración la escuché una noche reciente, mientras circulaba detrás de una patrulla de la PNC, por la primera avenida de la zona 10: casi llegando al final de la misma, vía que topa con un conocido hotel de la “Zona Viva”, la cual, a veces, me parece tan muerta. Continuando con la historia, al hacer el alto el vehículo que me precedía, se bajaron de éste unos policías y se subieron otros. Imagino que se encontraban en una especie de cambio de guardia.

La curiosa afirmación que escogí para nombrar hoy mi artículo, la dijo uno de los relevados, mientras subía a la palangana del pick-up. Sin duda, no sólo llamó mi atención, sino me hizo sonreír. Al fin, era un comentario que, además de reflejar la cultura telenovelesca de una gran cantidad de latinoamericanos, mostraba la idiosincrasia de muchos (producto del sistema de incentivos perversos y de las creencias místicas del sacrificio y la renuncia personal) de que sus miserias son consecuencia del natural deseo humano de alcanzar metas, tener fines y mejorar nuestras vidas. En fin, el legítimo deseo de ser feliz.

En “El nuevo intelectual” (1961) de Ayn Rand, según la traducción de la Editorial “Grito Sagrado”, en el primer párrafo del primer ensayo titulado igual que el libro, la filósofa escribe: “Cuando un hombre, una corporación o una sociedad entera se acerca a la bancarrota, hay dos cursos de acción que los involucrados pueden seguir: [primero] pueden evadir la realidad de su situación y actuar frenéticamente, a ciegas, siguiendo la conveniencia del momento –sin atreverse a mirar hacia delante, deseando que nadie diga la verdad… esperando, contra toda esperanza, que algo los salvará de alguna manera-; o [segundo] pueden reconocer la situación, revisar sus premisas, descubrir sus activos ocultos y comenzar a reedificar”. En los tiempos actuales, mejor consejo que el segundo enunciado, no vamos a recibir. No sólo en Guatemala, sino en la mayor parte del mundo.

Es importante reconocer la realidad y dejar de falsearla, si es que queremos cambiar nuestras vidas, ya sea en lo individual o en lo colectivo. Si el uniformado personaje mencionado al principio es pobre, como lo son tantos, es por querer que otros resuelvan su existencia, por culpar a otros de sus pesares y acomodarse a vivir una existencia mediocre gobernada por otros: condenar sus sueños al fracaso por no escoger los medios idóneos para alcanzarlos.

Los seres humanos, hombres y mujeres, a diferencia del resto de animales, podemos elegir pensar u optar por la evasión. Como explica Rand: “mantener un estado de conciencia completo o ir a la deriva desde un momento al siguiente”. La mayoría de nuestros contemporáneos, al igual que nuestros antecesores, han dejado en manos ajenas sus vidas y las de sus descendientes, nosotros, que estamos pagando las consecuencias de esa decisión. Nosotros, que también podemos cambiar para bien, cambiando nuestro curso de acción.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 26 de julio de 2010. La fotografía la tomó Raúl Contreras, en una visita al Hogar Rafael Ayau, el pasado 31 de enero de 2010. Una muestra de que querer no nos hace pobres: nos enriquece.

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