Ruta 1
Jueves 17 de diciembre. 3:47 de la tarde. “¿Ya vendrá la camioneta? ¡Ay Padrecito! ¡Ahí viene, ahí viene la uno!” Sube. “Córrase pa’ atrás. Faltan diez len”. Suspiro. “Siéntese señora”. Sorpresa. “¿Un caballero? Padre nuestro que estás en el cielo. La cruz del Papa, ¡cuánto tiempo ya! Santificado sea tu nombre. Cuida a mi papá. Pobre mi mamá. ¿Estará ya más tranquila?” Una sombra pasa. Un hombre camina al frente del autobús. “¿Dónde me quedé? Santificado sea tu nombre, vénganos tu reino. ¿Me alcanzarán los ochocientos cincuenta?” Suspiro. “Ni pensar si no llevo las medicinas. Hágase tu voluntad”. Un grito agudo. Voz de mujer. Voz de hombre: “Seguí manejando cabrón o te mato”. Son cuatro hombres, relativamente bien vestidos. Tres morenos y uno blanco. Sus edades oscilan entre 25 y 35 años.
Martes 15 de diciembre. Casi medianoche. “¡Qué cansancio! Pero valió la pena. Noche llena, eso es lo que considero una verdadera nochebuena. ¡Cuántos platos salieron hoy! Mañana tengo que ir temprano al mercado”. Sirenas. “¿Un accidente? ¿Un asalto? ¿Delincuentes?” Se hace a un lado. Pasan dos motocicletas. Detrás dos pickups doble cabina. Radiopatrullas. “Pero si me hice a un lado, ¿qué hago aquí? ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?” Cinco Patroles cuatro por cuatro, grises, polarizadas, de modelo reciente, rodean al Peugeot 205, hatchback, de hace algunos años, también polarizado. Desde los vehículos lo amenazan. Se acerca un pickup lleno de soldados armados. Le apuntan. Lo orillan. Casi lo sacan del bulevar. Una de la Patroles ostenta la placa número uno. Circulan en contravía de la Ruta 1. “Ya pasó”. Respira profundo. Sí, ya pasó el Presidente.
Jueves 17 de diciembre. 3:53 de la tarde. “Dame tu bolsa". Angustia. "No traigo". Hastío. "Dame tu dinero, necia”. Levanta el brazo, le golpea la cara. Le hiere el rostro con las uñas. Le toca los pechos. “¿Dónde tenés el dinero? No traigo nada. ¿Qué cargas en la mano? La receta de mi papá”. El hombre blanco, vestido con pantalón negro y camisa gris, toma la pequeña bolsa negra de plástico. Adentro van los ochocientos cincuenta quetzales. “Hija de la gran puta, ¿verdá que sí tenés pisto?” Le pega de nuevo y continúa su ruta dentro de la camioneta. 3:59 de la tarde, cerca del Campo Marte. “Pará, aquí nos bajamos”. 4:04 de la misma tarde. “Bájense, me siento mal, no puedo continuar”. Para en la 12 avenida, cerca de Formosa. Voz de un joven: “Vos sos cómplice, vas a regresar”. Abandonados. Convertidos en una isla desierta, rodeados de gente y muertos de miedo.
La Ruta 1 en vías opuestas. Camionetas con destinos diferentes. Con distintos pasajeros. Para unos la ruta de la desesperación, del dolor y la cólera. Para otros, la ruta segura a su casa. La ruta del abuso. Viernes 18 de diciembre. 10:42 de la mañana.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de diciembre de 2009. La fotografía la tomé el domingo 17 de mayo de 2009 en la Plaza Italia, durante la primera manifestación masiva después del asesinato de Rodrigo Rosenberg.
Etiquetas: abuso poder, Alvaro Colom, criminalidad, injusticia, inseguridad
2 Comments:
uuuuuufffff q grueso! hasta me senti alli...bueno cuanto tiempo senti eso mismo en las camionetas, en las calles, hasta en el mismo trabajo sentia q algo iba a pasar... vamos guatemala!! ni un paso atras!! no hay q tener miedo de pedir la justicia q nos merecemos
By Le Benllì, at 5:05 p.m.
Qué duro y amargo es el pan nuestro de cada día. Excelente artículo MY.
By GUSTAVO A. ABRIL, at 7:46 p.m.
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