Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.01.2008

Libres


Fueron liberadas sin ninguna intervención militar. Sólo las dejé correr libremente ante la emoción que sentí cuando me enteré de la liberación de Ingrid Betancourt y 14 personas más que fueron secuestradas por los narcoterroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Lágrimas dejadas en libertad. No tenía otra opción: tenían voluntad propia.

Al pensar acerca de esas tránsfugas que rodaron por mi rostro de manera incontenible, entendí el porqué surgieron. Primero, por ese compromiso mío con el respeto irrestricto a la vida, la libertad y la propiedad de todo individuo. Segundo, sin duda, tiene que ver con experiencias mías, poco conocidas y aparentemente olvidadas, que el suceso del pasado miércoles hicieron regresar a mí como si apenas ayer las hubiera vivido.

Recuerdo el intento de secuestro de mi papá en la década de los ochenta del siglo pasado, que nos arrancó de un día para otro de nuestro terruño cuando mis hermanos y yo todavía éramos ingenuos escolares. Recuerdo que, en un principio, nuestra primera preocupación era la de perder un año de estudios, en momentos cuando nuestra meta principal era ser liberados lo más rápido posible de lo que considerábamos una especie de cautiverio: el colegio. Al menos, así visualizábamos esa época desde nuestra visión infantil/adolescente, que no nos permitía entender la magnitud de la decisión de nuestros padres de irnos del país.

Una vez alejados de nuestra Guatemala (que no es otra cosa que nuestros seres queridos, incluidos parientes y amigos, y por supuesto, nuestros recuerdos), fuimos capaces de comprender la situación que nos tocaba enfrentar. Fueron pocos meses los que permanecimos fuera. Ninguno de nosotros se atrasó en el colegio. Mi papá, a pesar de los riesgos que asumió al permanecer la mayoría del tiempo en el país, logró superar la amenaza. Sin embargo, a mi está experiencia me marcó. Pienso, mientras miro las imágenes del reencuentro de Ingrid con sus hijos ¿cómo habrá sido la agonía de Melanie y Lorenzo, durante esos más de seis años que les fue vilmente arrebatada su madre?

Recuerdo como, a finales de los años noventa, también del siglo veinte, de nuevo el fantasma del secuestro acechó a mi familia. Para esos días, quien se encontraba en peligro era el bambino de la casa. Ese hermano mío que terminó eligiendo como patria una sociedad en la que no nació, pero lo cobijo años después de esta lamentable amenaza, cuando siendo estudiante universitario, decidió participar en la gesta cívica de los viernes de luto que iniciaron el primero de junio de 2001. Movimiento pacífico de protesta que deberíamos retomar hoy en nuestra atribulada Nación. Participación idealista que representó la ida, al parecer definitiva, de Constantino.

En fin, siendo consciente de las abismales diferencias entre lo mío y lo vivido por los Betancourt y muchos más que aún lloran a sus familiares, sólo quiero decir… entiendo.


Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 7 de julio de 2008. La imagen la tomé de un reportaje de diario "El Pais" de España.

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