Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.02.2012

La marcha de las letras



“Que dejen toditos los libros abiertos, ha sido la orden que dio el general. Que todos los niños estén muy atentos, las cinco vocales van a desfilar. Primero verás que pasa la A, con sus dos patitas muy abiertas al marchar. Ahí viene la E, alzando los pies, el palo de en medio es más chico, como ves. Aquí está la I, la sigue la O, una es flaca y otra gorda porque ya comió. Y luego hasta atrás, llegó la U, como la cuerda con que siempre saltas tú”… Pero, la historia no acaba aquí, como la cantó Cri-Cri. Y tampoco es esta toda la historia.

Según los cronistas de la marcha, la otra, la que no fue titular en los diarios, la que no estuvo a cargo de ningún militar, las letras todas, no solo las vocales, decidieron unirse para protestar. Su protesta fue inusual: ni violentaron los derechos de otros ni se les pasó por la mente tomar medidas de hecho. Al contrario, su protesta era contra aquellos que no eran capaces de utilizar articulada y verazmente las letras para que, por medio de la palabra, se les escuchara.

Al fin, las letras estaban orgullosas del producto de su trabajo. Les encantaba a las vocales unirse con las consonantes y proporcionar a quienes las usaban los medios para expresarse. ¡Cuántas lágrimas no derramaron junto al amante que infructuosamente buscaba conquistar a su amada con un verso! ¡Cuántas risas compartieron con aquel que supo usarlas para hacer reír a carcajadas a otros! Por supuesto, cuántas veces se quitaron el sombrero frente a quien fue capaz de transmitir una verdad que hiciera cambiar a una sociedad entera: una idea coherente y de acuerdo con la realidad que transformó para bien el destino de la humanidad.

Las letras eran felices, la mayoría del tiempo, con el resultado de su uso. Sin embargo, sabían que también el lenguaje, su adorado hijo, había sido utilizado para decir mentiras: para extorsionar, amenazar y manipular. Lo desprestigiaron, primero, los sofistas, luego, los políticos y hoy los usurpadores de la voz del pueblo. Eso, solo para citar parte de una lista que incluye a toda persona que une las letras en palabras que pretenden estafar a otros; sin importar el hábito que vista, la corona que luzca o la máscara que oculte su verdadero rostro.

Ante semejante abuso, las letras se unieron para luchar (por medio de quienes las sabían usar y no temían usarlas) en contra de aquellos cuyo objetivo era vivir a costa de los demás y desprestigiaban la noble tarea que habían elegido para sí las letras. Es así que surgen, como fruto de esta protesta no registrada en los anales de los poderosos, conceptos vitales para defender a los dignos de los farsantes, y rescatar de las garras de estos últimos a los ingenuos que hayan caído en su trampa. Nacen los vocablos que muchos no quieren escuchar, los términos que los van a describir: saqueadores, gorrones, oportunistas, privilegiados, zánganos, vividores, parásitos… Y este es el cuento de nunca acabar. Continuará.


El presente artículo fue publicado el lunes 2 de abril de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. El vídeo lo enlace con Youtube.

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