El jueves de la semana pasada, mientras circulaba de norte a sur en la Capital de Guatemala, escuché en un programa de radio a una señora, al borde de las lágrimas, pedirle al presidente Otto Pérez que, por favor, no se fuera a convertir en socio de los narcos. Lamentablemente, la solicitud de la compungida dama llega tarde: cualquiera que ejerza el poder dentro de las reglas actuales, impuestas por el gobierno de EE. UU., inevitablemente ES cómplice de los narcos.
Los gobernantes de nuestros países, al aceptar la prohibición de producir, comercializar y consumir ciertas sustancias, impuesta por el gobierno citado, han permitido la proliferación de criminales que son capaces de extorsionar, secuestrar y asesinar con tal de mantener el auge de su negocio. El riesgo que implica satisfacer una demanda que, en el mejor de los casos ha permanecido estable y en el escenario más probable ha aumentado precisamente por la prohibición, es el que permite ganancias estratosféricas para aquellos que forman parte de las estructuras del crimen organizado.
Estructuras que incluyen a miembros de los entes estatales que los combaten y a los hombres vulgares, con poca educación y nada respetuosos, que adornan su cuello de ostentosas cadenas de oro y se rodean de mujeres hechas a la medida de los personajes que las alquilan. Esa gente que hoy es representada en series de televisión y películas. Que se han convertido en el ideal de quienes no soportan la miseria en que viven. Cintas que muestran el deterioro social producto de la insensata legislación mencionada que violenta los derechos individuales de todos.
Consumir drogas puede ser un vicio fatal en muchos casos. Sin embargo, en otros es necesario para aliviar el dolor que producen varias enfermedades. Es cierto que no todos los estupefacientes prohibidos son adictivos. Aunque, pienso que, en el fondo, casi todos los que consumen tales productos se vuelven dependientes de la sensación que estos producen. También los considero un refugio para muchos que no son capaces de lidiar con la realidad.
Pero, al final, es una elección individual que el resto debemos respetar. Por eso, pienso que el principal argumento que justifica la despenalización y descriminalización de la producción, la comercialización y el consumo de sustancias prohibidas por el gobierno de EE. UU., prohibición aceptada por nuestros gobernantes, es el moral. No es función del gobierno protegernos de nosotros mismos. Su responsabilidad es protegernos del ataque de terceros.
Por cierto, como sé que a la mayoría nos preocupa los peligros que enfrentan hoy los niños y adolescentes, quiero invitarlos a ver la investigación hecha por el periodista John Stossel sobre los efectos de la prohibición en los jóvenes. La encuentran en el siguiente enlace: http://www.youtube.com/watch?v=JepSzjFdCMs&feature=youtu.be No teman cuestionarse. La verdad se encuentra en la realidad.
El presente artículo fue publicado el lunes 2 de marzo de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de “Hubpages”.Etiquetas: descriminalizar, despenalizar, drogas, Estados Unidos, John Stossel, Otto Pérez, prohibición
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