Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

1.02.2012

Luna



Está presente en cada minuto importante de mi vida. Aparece aunque baje la cortina. Se asoma por la esquina. Hace suya por las noches mi lectura y al amanecer guía mis pasos hacia el día. Tengo la sospecha que quisiera quedarse con mi sueño. Que permaneciera atenta a ella, embrujada por su brillo. No me deja descansar a pesar de que sabe que madrugo. ¡Fue tan fácil acostumbrarme a su reflejo! Me gusta verla al cerrar los ojos para por fin dormir lo necesario para vivir despierta.

La Luna quiere poseerme. Lo sé. Lo siento. Lo intuyo. La Luna es celosa. Pareciera veleidosa, pero no lo es. Todo lo contrario. Es constante. Está alerta a mis actos. Es testigo de mi pensar, mi sentir y mi decir. Veo que me ve. Al aparecer suele alumbrar mi rostro con una sonrisa. Es inevitable. Es la alegría que me provoca el verla venir. Me abandona temprano y regresa por la tarde, al borde del ocaso. Es consistente y hasta hoy nunca ha fallado a su cita diaria conmigo. ¿Quién será la impostora que visita a los demás?

Tiene muchas formas de ser. Algunas de éstas no las conozco todavía. Varía dependiendo del día del mes. A pesar de ser ánima cíclica, su esencia no cambia. Es un ser celestial único. Y espero irrepetible. Con una me basta. Allá, lejos de mi vista, que queden las lunas de saturno y las lunas de los otros. Soy fiel a mi Luna.

La Luna me hace feliz. Sin embargo, muy de vez en cuando prefiero no verla: cuando pasa por su fase lunática. En esos momentos me quedo con el Sol. O con Marte que acostumbra estar cerca de ella a pesar de sus desplantes. La distancia del instante no me aleja de mi Luna. Es el deseo de acompañarla eternamente lo que me mantiene a su lado.

Pocos la conocen como yo. Más aún, soy quien mejor la conoce. Poco importa que se encuentre llena o en cuarto menguante. También da igual el color: blanca, roja o azul. Para mí será visible tal cual es. Es irresistible la atracción. Es un caso especial relativo a la gravedad existente entre dos seres similares que se atraen mutuamente. La explicación teórica se la dejo, si los hay, a los newtons y einsteins que la quieran descifrar.

Para algunos es altanera, caprichosa y obsesiva. Fría. Tal vez lo sea a veces. Pero para mí es risueña, calurosa y brillante. Bella. Soñé con ella desde mi infancia. Imaginé conquistar el mundo en compañía de su luz. Esa luz que hizo suya arrebatándosela a la estrella que dirige al resto de objetos del sistema en que orbita.

Según una de tantas viejas leyendas, la Luna se tragó a un brujo disfrazado de conejo. A lo lejos lo veo dibujado en su cara encendida. Pero sé que por el otro costado, el llamado oscuro, es melindrosa y selectiva, aunque no siempre tan selecta, con su comida. Yo quisiera morderla. Dicen que es de queso. ¿Será gouda, mozzarella o pecorino?

Algunos creen que es un satélite. Un “cuerpo celeste opaco que solo brilla por la luz refleja del Sol y gira alrededor de un planeta primario”. O, lo que es un error mayor, que es una “persona o cosa que depende de otra y está sometida a su influencia”. Se equivoca al definirla el diccionario de la real academia española. Se equivocan quienes eso piensan de mi Luna.

¡Ah sí! Olvidaba decir que ha sido reclamada como propiedad privada. Mía. Quien lo dude, tan sólo tiene que preguntarle a la misma Luna. A mi Luna le han dedicado poemas y canciones. La han ofrecido en amores no correspondidos. Más de uno ha caído encantado por su influjo. ¡En cuántos paseos nocturnos no la han esperado! Sin embargo, la Luna sólo viaja conmigo. Persiste a mi lado.

Somos visibles. Ella ve quién soy. Yo veo quién es ella. Pienso que nos parecemos más de lo que creemos. Por eso, la Luna me entiende. Me reprende cuando lloro y ríe conmigo. Amo a la Luna. Tal vez no podría vivir sin ella. ¿Cómo sería mi vida sin la Luna? No la puedo ni quiero imaginar. Prefiero trabajar para que siempre este ahí, como ha sido hasta hoy, iluminando mi existir.


El presente escrito fue publicado en la Revista NuChef, Edición 33, correspondiente al bimestre noviembre - diciembre de 2011. La fotografía la tomé el 18 de marzo de 2011, desde el balcón del Asteroide B506.

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