Ecléctico 13
Si, como a mí, la evidencia acumulada le hace pensar que la evolución es el camino correcto que, algún día, nos permitirá conocer nuestro origen y el del resto de las especies, menos puede negar ese ¿impulso?, ese deseo de regresar al agua. O, podría ser la más sencilla explicación de este húmedo encantamiento mío el hecho de que la natación fue el primer deporte que practiqué en mi ruta de la felicidad. En fin, entrando en materia ¿común?... Soy un ser variado, inquieto y en constante construcción. Creándome a mi misma. En peregrinación hacia el inevitable fin. ¿Se podrá retardar? Así es la vida mía. La vida suya también.
Mientras disfruto del líquido placer que recorre el mayor de mis órganos, la piel, cierro los ojos y veo imágenes de mi ayer. Cuadros aleatorios, sin aparente orden, que me ayudan a ordenar mis pensamientos. Disimuladamente, las imágenes se desvanecen y dan paso a las palabras que luego poblaran está página. Una sola con 2,926 caracteres. Espacios incluidos. Exacto como alguna vez será contada mi existencia. Y la suya también.
Pienso en una enriquecedora conversación sostenida con uno de mis más admirados y respetados maestros, cuyo apodo guarda una contradictoria cercanía con un cuestionado gobernante europeo del siglo pasado. Discutíamos sobre derechos e intereses. Los primeros, “no humanos”, sino de los humanos. Una diferencia que hace la diferencia. Un sentido de posesión olvidado. Una propiedad que nos urge recuperar a quienes aspiramos a vivir en una sociedad donde prevalezca el individuo (cada uno de nosotros, todos los seres humanos) por encima de los abstractos colectivos.
Y son precisamente aquellos que se erigen como representantes de tales abstracciones, mejor definidas como grupos de presión, los que suelen hacer énfasis en los segundos: los intereses. ¿De quiénes? ¿Son conciliables? ¿Con qué fin? ¿Cuál es el medio de intercambio preferido por estos negociadores? ¿Los hoy aparentemente olvidados derechos de los humanos? ¿Quiénes son en la realidad los únicos ganadores en este juego de resta?
Se me acaba el espacio que me han otorgado. Siento la falta de la rosa que habitó el asteroide B506. Aquella que, contradiciendo a Antoine de Saint-Exupéry, abandonó el diminuto planeta amarillo, en este caso más pequeño que una casa. Probable protagonista de un futuro cuento breve, ficción idealizada por esta aspirante a escribidora. Ecléctica objetiva -¿será una contradicción, Ayn?- que disfruta de un día más de buena suerte en su vida. Otro viernes 13.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 16 de febrero de 2009.
Etiquetas: Antoine de Saint Exupery, asteroide B506, Ayn Rand, Charles Darwin, derechos individuales, evolucion, grupos de presión, intereses, Manuel Ayau Cordon, vida
2 Comments:
Kewl!
By Luis FIGUEROA, at 8:54 p.m.
¿Y cómo no aceptar (no creer, aceptar) la teoría de Darwin, MY? La evolución es la que nos ha hecho seres sociales... además de "adoradores" del agua!
Feliz baño!
By Zarek, at 10:59 p.m.
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