Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

1.21.2009

No tengo dinero



Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de noviembre de 2008.






Ni nada que dar. O casi nada, tal vez. Tengo ideas, palabras, imágenes. Melodías, emociones, verdades… De esas poco apreciadas riquezas, se llenan mis cuentas. Y a veces, más que intereses, me generan tristezas. Abundan, sobran, rebosan en mis haberes esos bienes que, desde hace ya algún tiempo, han perdido valor en las bolsas mundiales. Recursos cuyos precios vienen en una caída libre más pronunciada aún que la de las denostadas acciones de las instituciones financieras. Y corre y va de nuevo…

No tengo dinero y mucho menos para dárselo a los gobernantes. Sin embargo, dentro del juego de las leyes positivistas que hoy imperan en nuestra sociedad (local, marginal, en su fase seminal), los habitantes de este inimaginable, pero real país, estamos sujetos a las decisiones arbitrarias de quienes ostentan el poder político: los reyes transitorios de la nación. Y tenga o no tenga dinero, ni nada que dar, tengo que entregar casi todo lo que puedo ganar a los mercantilistas, los políticos y los oportunistas de los grupos de presión. ¿Será que me voy, con todo y mi canción, a otro lugar? ¿Será que encuentro algún juglar que me quiera acompañar?

Mientras escribo, sé que en el Congreso de la violada ¿o inexistente? República de Guatemala, aquellos que tienen la llave maestra que abre nuestros bolsillos y pone a disposición de los poderosos nuestras vidas, además de montar una tragicomedia que sólo a ellos hace reír, fraguan, negocian, discuten cómo aumentar SUS ingresos a costa de los nuestros. Planean cómo continuar la vieja, la ancestral, la elemental práctica de robar. Por supuesto, lo hacen por el bien de los pobres… de sus parientes, amigos y compinches.

Al igual que siempre, los mentirosamente llamados contribuyentes, que no somos otra cosa más que simples pagadores de impuestos, también vamos a pagar los excesos, las promesas y los errores de los gobernantes. El despilfarro y el malgasto lo desembolsamos los tributarios. Más súbditos que ciudadanos libres y respetados. Algunos pagamos más que otros. Otros pagan más que nosotros. Pero todos pagamos. Habrá pocos recolectores de tributos, pero todos los pagamos.


Unos, aquellos que menos dinero desembolsan, terminan pagando la factura más alta. Son quienes mueren de hambre esperando encontrar un trabajo productivo o arriesgan su vida buscando otra existencia más allá de nuestras fronteras del Norte, rara vez las del Sur. O son los que vegetan, limosneando migajas al Presidente, a su esposa, a los burócratas, a los diputados, a los alcaldes… al primo segundo, al concuño o a la amante de los personajes citados. Y mientras los primeros reparten lo de nosotros, no se olvidan de que deben de quedarse con la mejor parte. Un negocio redondo que redondea sus arcas privatizadas, las públicas impostoras… que redondea sus figuras algunas vez alargadas. En fin, parafraseando a Antonio Carlos Jobim y a Vinicius de Moraes: eu sei que vou pagar.

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