Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.06.2007

Un lugar en Nueva York


En un corto período de tiempo tendremos, como dice la canción de la banda de rock irlandesa U2, a place in New York, desde el cual, un club de súper amigos, seres con poderes especiales que les otorgaron los diputados, van a rescatar a la agobiada e indefensa población que se encuentra a merced del crimen organizado (¿los partidos políticos?), las sexistas estructuras paralelas (¿o también son paralelos?), los cuerpos ilegales (¿de quiénes?), los aparatos clandestinos (¿el IPod, la laptop o el celular?), y tantos otros colectivos (¿incluirán a las oeneges sociales de supuestos derechos humanos?) que hacen casi imposible la vida tranquila en el país sin perpetua paz. Ni kantiana ni de cantina. Tal vez del cementerio, clandestino o legal.

Pero bueno, dejando a un lado la ironía, esa maravillosa figura retórica y útil herramienta del lenguaje, creo que la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) podría ser el último paso que algunos necesitan para desencantarse, finalmente, del Estado paternalista. Sean la mamá o el papá, nacional o extranjero. Quedando claro que en este caso, seremos adoptados por nacidos en otros lares, entre estos Estados Unidos y España; y por funcionarios de organizaciones supranacionales, o sea, la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Aunque, en el caso de los gobernantes españoles, podemos interpretarlo como un reconocimiento a nuestras raíces hispanas: un retorno a la madre patria. ¿Significará aceptar que nuestra herencia local fracasó? ¿Estaría Miguel Ángel Asturias correcto en su propuesta de importar sementales humanos del norte de Europa para mejorar la raza? Por cierto, ¿tendremos que pasar las dos pruebas de ADN que exigen los gringos en el caso de las adopciones? No vaya a ser que se molesten los burócratas de la Haya por esa falta de respeto a los procesos que exigen para permitir que un infante aspire a vivir dentro del seno de una familia. Entonces, me surge otra duda, ¿seguimos siendo, a pesar de lo rucos que ya están muchos, menores de edad? ¿O sólo es un grupo que se aprovecha de nuestra nobleza (y necesidad) y nos vende espejitos en los cuales ellos se reflejan?

En fin, parece que fracasé en mi intento de dejar a un lado la ironía. Y, a pesar de que siento el daño que se hace en el corto plazo a los más frágiles de nuestra sociedad, que en materia de seguridad somos casi todos, dentro de un par de años, cuando la impunidad con la que actúan los criminales y delincuentes en nuestro país no haya desaparecido por la intervención de los empleados de la recientemente aprobada Comisión Internacional, y sigamos viviendo en una constante zozobra, tal vez, la presión ciudadana para cambiar radicalmente nuestro sistema de normas sea tan fuerte que se escuche e imponga aún en las mentes retrógradas y vacuas que pululan en los centros de poder. Que se haga la oscuridad. Perdón, la CICIG.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 6 de agosto de 2006.

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