¿Será que los gobernantes no
aprenden de los errores del pasado porque no son ellos quienes enfrentan sus
consecuencias? ¿Estamos condenados a que los repitan? ¿Estamos sentenciados
nosotros, los ciudadanos, a pagar por siempre los errores de quienes ejercen
irresponsablemente el poder? ¿Hasta cuándo los mandantes vamos a permitir que
los gobernantes continúen jugando con nuestras vidas y con nuestro futuro?
Cuando señalo a los gobernantes,
me refiero a todos. A quienes gobiernan en Latinoamérica, especialmente en
Centroamérica y México, y por supuesto a los que están al frente del gobierno
de EE. UU., que desde finales del siglo diecinueve empezaron a abrigar la idea
de que podían iniciar, o intervenir, en guerras ajenas. O, lo que es peor,
intervenir políticamente en otros países para imponer sus propias agendas, las
cuales en la mayoría de los casos ni siquiera benefician a los estadounidenses,
además de ser contrarias a los principios republicanos sobre los cuales fue
fundada esta, todavía, gran nación que, lamentablemente, se encuentra en
proceso de destrucción.
Tengo la esperanza de que los estadounidenses
que conocen el legado de los padres fundadores de su nación, y han estudiado cómo
la mayoría de elecciones que estos hicieron entre 1776 y 1787 les facilitaron
prosperar a partir del siguiente siglo, ganen la batalla de las ideas en su
país. Pero mientras, en nuestra región, los ciudadanos dignos, conscientes del fatal
camino por el cual transitan nuestros países, debemos oponernos firmemente a las
imposiciones de los gobernantes estadounidenses que tienen consecuencias desastrosas
para la mayoría de miembros de nuestras sociedades.
¡Cuántas muertes de inocentes se
hubieran evitado si no hubiéramos permitido que pelearan en nuestros
territorios la guerra perdida contra las drogas! Cuántas muertes de inocentes
podremos evitar si no dejamos que nuestros gobernantes nos involucren en la guerra contra los coyotes, la cual nace
tan muerta como muerta está la guerra anteriormente mencionada que sigue matando
gente ajena.
La crisis actual NO es de la EMIGRACIÓN, en el caso nuestro, o de la
inmigración en el caso de los estadounidenses. La tal crisis es un resultado más del sistema político fracasado que nos
han heredado nuestros constitucionalistas. Es la prueba definitiva de que el
Estado Benefactor/Mercantilista NO mejora la calidad de vida de las personas en
el largo plazo. Por el contrario, condena a la mayoría a vivir pobremente cuando
se adopta en países donde no hemos tenido la oportunidad de transformar más recursos
en riquezas que, además de mejorar la calidad de vida de todos de manera
sostenida, nos permita acumular el capital necesario para continuar progresando
y beneficiar a quienes son responsables, productivos y respetuosos de los
derechos de los otros. Nuestra tragedia se origina en el estatismo, en la
corrupción que este facilita, en la criminalidad que tolera y en la miseria que
eterniza.
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