Desde el inicio de la historia
humana, muchos hombres y mujeres han luchado por la libertad. Incomprendida por
algunos, manipulada por otros, vilipendiada por tantos. La libertad fue, es y será
uno de los anhelos más excelsos de todo ser humano que se precia de serlo y
busca ser su propio creador, sin sentimiento de culpa ajena y sin aceptar la
intromisión arbitraria de otros en aquellas decisiones que tome en pos de
alcanzar su máximo propósito: ser feliz.
Uno de esos hombres, a quien
admiro profundamente a pesar de no haberlo conocido (murió el 24 de marzo de
1911) es Joaquín Díaz-Durán y Durán, quien con tan solo 25 años se unió a la
revolución liderada por Miguel García Granados, la cual triunfó el 30 de junio
de 1871, cuando junto con su improvisado ejército entró triunfante en
la Ciudad de Guatemala, después de que levantaron la llamada Acta de
Patzicía el 3 de junio del mismo año, acta en la cual aparece como uno de los
firmantes mi tatarabuelo.
Así, Miguel García
Granados se convirtió en presidente provisional, gobernando hasta el 4 de
junio de 1873. Su gobierno puso en marcha la llamada Reforma Liberal de
1871 y decretó, entre otras cosas, la libertad de prensa, la libertad de
cultos y la supresión de los diezmos. El principio de un sueño hecho realidad
por quienes creyeron en esa oportunidad que sí se podía construir en Guatemala
una sociedad ideal donde todos pudieran prosperar a partir de sus propios fines
y esfuerzo personal. Una sociedad en la cual el gobernante desempeñara
limitadamente su papel de mandatario y los mandantes ejercieran
responsablemente su autoridad. Una sociedad donde todos fuéramos iguales ante
la Ley y nadie tuviera el poder de privilegiar a unos encima de los otros.
Sin embargo, la esperanza de
alcanzar plenamente el país imaginado fue truncada por las ambiciones de un
arrimado. La confianza que suelen tener muchos liberales en los otros, creyendo
que son como la mayoría de ellos, intelectualmente honestos, les hizo creer en Justo Rufino Barrios, quien con el
tiempo se convirtió en el sepulturero de los sueños de los verdaderos justos
que en su momento arriesgaron su vida y sus propiedades con el ánimo de cambiar
el sistema que imperaba en nuestro pueblo por uno que reconociera la igualdad
de todos ante la Ley y restringiera el poder casi ilimitado del cual,
irónicamente, siguen gozando los actuales gobernantes.
Por eso en este siglo veintiuno
en el que vivimos, muchos hemos despertado de la pesadilla en la que nos ha
sumido el Estado Benefactor/Mercantilista que prevalece en casi la totalidad de
naciones, y decidimos libremente retomar, de manera pacífica, la batalla
iniciada por nuestros antepasados. Ciertas serán las palabras que puso
Francisco Pérez de Antón en boca de García Granados: “Ésta es la revolución de
la libertad… y ay de aquel que se atreva a abusar de ella”. Alcanzar la utopía
es cada día más posible, porque cada día más se unen a la batalla de las ideas.
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