Soy propietaria del producto del
uso de mi mente y tengo todo el derecho a beneficiarme del éxito de usarla
correctamente. Tengo el derecho de gozar del resultado del uso de mi mente. Los
humanos nos diferenciamos del resto de seres vivos por la evolución de nuestra
razón: la facultad que nos permite identificar la realidad e integrar el
material provisto por los sentidos. Pero el uso de la razón, como todo en la
vida, es volitivo: nosotros decidimos si la usamos o no.
Coincido con mi amigo Luis
Figueroa en la importante observación que hizo en su artículo publicado el
pasado viernes en “elPeriódico”, en lo que respecta a cuál es el tema principal
a discutir en lo que trata a la “Ley para la protección de obtenciones
vegetales”: debe o no el Estado asegurar que lo que es mío sea respetado por
los otros. Y acepto la invitación que hace a dialogar sobre este asunto.
Lo único que justifica la
existencia de un gobierno es que este vele porque no se violenten los derechos individuales. Que no
se violen la vida, la libertad y, por supuesto, la propiedad de nadie. Los
derechos solo tienen sentido si decido vivir en sociedad. Si mi elección es
vivir alejada del resto de miembros de mi especie, el reconocimiento de mis
derechos no tiene sentido porque no habrá quién, más que yo, ponga en peligro
mi vida, intente imponerme sus decisiones o robe lo que es mío.
Para vivir en paz, dentro de una
sociedad, se necesita que algunos ejerzan condicionalmente (solo con el
objetivo mencionado, limitado y temporalmente) el uso de la fuerza para evitar
que los antisociales agredan a los demás; y en caso alguien viole el derecho de
otro, asegurar que se haga justicia: que el malhechor compense a su víctima. El
gobernante no debe de tener el poder de violentar a los ciudadanos, a menos que
uno de estos haya violado a otro: solo puede usar la fuerza contra el delincuente y/o
el criminal.
“Toda palabra tiene su
significado exacto”, Francisco d’Anconia. Las palabras nos sirven primordialmente
para pensar, por eso es VITAL que las usemos correctamente. Los anarcocapitalistas que consideran el
reconocimiento de la propiedad intelectual un privilegio, utilizan
incorrectamente este término. Un privilegio es una ley privada: solo aplica a
unos. El reconocimiento de que el producto de mi mente es mi propiedad, no es aplicable
sólo a mí: es un derecho IGUAL para todos. Yo decido si hago uso de este o no,
así como decido si utilizo mi mente para crear algo nuevo o no.
De todas las propiedades de una
persona, la más frágil es la intelectual. Es la más fácil de robar. Hay quienes
ni siquiera se enteran de que les roban aquello que es producto de su mente.
Por ejemplo, cuando el plagio no es descubierto, el ladrón impunemente cosecha
el fruto de la mente de otro. Por eso necesita de protección, aún más que
aquella propiedad que yo sola puedo defender hasta cierto punto: mi vida, mi hogar, mis seres
queridos, mis bienes tangibles… De lo contrario, estamos destruyendo la base
del progreso y de la paz: el respeto a lo ajeno.
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