No dudo de que más de uno se escandalice con la sugerencia
que da nombre a este escrito. Sin embargo, antes de que alguien crea que
renuncié a la práctica aristotélica de la justa medida, quiero poner en
contexto porque comparto, hasta cierto punto, lo expresado por Charles
Baudelaire en el pequeño poema en prosa
que lleva el mismo título de este artículo, el cual reproduzco a continuación:
“Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la
única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las
espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
/ Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de
virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense. / Y si a veces, sobre
las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad
huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se
despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a
todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta,
a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella,
el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los
esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De
vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca”.
El anterior es, a mi parecer, un hermoso y bien logrado verso sin rima, una composición que, por
cierto, me inspiró a escribir esta columna: la perfecta excusa para huir del esplín que por estas épocas aflige a
muchos, a pesar de la algarabía de la
cual forman parte. No tengo nada en contra de la melancolía. Más aún, hay
ciertos momentos en los cuales la considero necesaria. Lo que sí desprecio es
el tedio de la vida: me parece un desperdicio del preciado tiempo limitado con
el que contamos. Por supuesto, quien así decida pasar su breve ser, es libre de
hacerlo: respetemos su derecho a vivir desecho.
¿Es la exhortación de Baudelaire un llamado al exceso o un clamor
por vivir plenamente? Depende de cómo lo interprete el lector. Para algunos
será otra excusa más que justifica su decisión de evadir la realidad, ajenos a
la responsabilidad que implica vivir. Para otros, como en mi caso, es un
recordatorio de que se ES en tiempo presente. Y que ese efímero instante que
soy, si quiero ser feliz, debo vivirlo de manera autentica, integra, intensa. Profunda.
Una convicción personal que depende de nuestras respuestas a las siguientes
interrogantes: ¿A quién queremos agradar? ¿Con quién deseamos quedar bien? ¿Con nosotros mismos o con
los demás?
Yo, tal y como lo he expresado tantas veces, me decanto por
la vida virtuosa, la senda correcta de la felicidad verdadera. Camino que
depende de mí y mi escala de valores. Una vida que se enriquece si la acompaño
de exquisito vino, de comida variada, de buena literatura, de filosofía
objetiva y amigos que sean mis pares. Es quererme y amar a quienes se han
ganado mi querer. Embriagarme de ser.
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