Los diputados deben aprobar un Presupuesto General de la
Nación a la medida real de los ingresos tributarios. No deben aprobar un
centavo más de gastos por encima de la cantidad que van a recaudar. Los
tributarios no aguantamos más expoliación. No queremos ni debemos endeudarnos
más. Por supuesto, siempre habrá unos cuantos oportunistas que salgan
beneficiados con el malgasto y despilfarro que hacen los gobernantes de nuestro
dinero. Pero mientras, la mayoría sufre día a día para cumplir con sus
compromisos y satisfacer sus necesidades, algo que los políticos en el
ejercicio del poder y sus aliados creen
que no les conviene entender, menos
reconocer.
Los gastos se deben concentrar en las dos únicas tareas que
justifican la existencia del gobierno: brindar seguridad a la población y velar
porque prevalezca la justicia. Aquellos que ejercen el poder otorgado por nosotros,
los mandantes, solo deben utilizarlo para asegurar el respeto a la vida, la
libertad y la propiedad de todos los habitantes del país. En caso alguien
violentara alguno de los derechos listados de otro, los gobernantes deben
atraparlo y presentarlo ante los tribunales para que se haga justicia: que el
antisocial (delincuente, criminal) compense a quien le causó un daño.
Todas las demás tareas que asigna el Estado
Benefactor/Mercantilista a los gobernantes son solo una fuente de corrupción, y
sobra la evidencia en el pasado y en el presente que confirma esta aseveración
mía. Por ejemplo, en casi todos los casos, la educación en manos de los gobernantes termina siendo pura programación de los niños y jóvenes de hoy
en futuros siervos no deliberantes… en lugar de ciudadanos pensantes. La salud a cargo del abstracto Estado no es
más que un ruin y falso consuelo para los pobres y, en muchas ocasiones, más
que sanar al enfermo acelera su muerte.
Recordemos lo que escribió la novelista inglesa Taylor
Cadwell en “La columna de hierro”, la obra que dedicó a la vida y el legado de uno
de los más importantes políticos de todos los tiempos, Marco Tulio Cicerón,
quien intentó rescatar la República romana antes de que esta fuera finalmente
destruida por Julio Cesar, una idea que sin ser expresada en palabras textuales
del gran Senador y Cónsul homo novus
de Roma en el año 63 a. C., están inspiradas en la sabiduría que este acumuló
con los años: “El presupuesto debe equilibrarse, el tesoro tendrá que volver a
llenarse, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los
funcionarios debe ser moderada y controlada, y la ayuda a los pobladores de
tierras extranjeras tendrá que eliminarse para que Roma no vaya a la
bancarrota. El pueblo debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a
costa de la República”.
Los diputados tienen el poder de enmendar la propuesta del
gobierno de Otto Pérez Molina. Trabajen señores y señoras congresistas, ustedes
y sus asesores, en una propuesta que no obstaculice el progreso de los que aún
intentamos producir y crear riqueza en Guatemala.
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