Lamento la muerte
de siete personas el pasado jueves 4 de octubre en Totonicapán. Siete, porque
incluyo a la misteriosamente desaparecida
(además de muerta), María Xicay Ratzán de Ajcabul quien murió en el vehículo que la
transportaba desde Santiago Atitlán para recibir atención médica porque los manifestantes de ese día no la dejaron
pasar, tal y como lo relató la maestra Mayra Mendoza según el reportaje de
Karla Marroquín de Emisoras Unidas que pasó por primera vez el día de la
tragedia. Un homicidio culposo: causar la muerte, un ser humano a otro, obrando
con culpa, o sea, sin intención o dolo, pero con negligencia.
La incluyo porque
considero que la información trasladada ese día es fidedigna. Que luego, vaya a
saber por presión de quién, la maestra que reportó la muerte se desdiga (según
“elPeriódico”) o no conteste el teléfono (según Emisoras Unidas) no cambia la
declaración que miles hemos escuchado. Si a lo anterior agregamos los
incontables relatos de terror de tantos que han sido intimidados por manifestantes, en esta trágica ocasión y
en muchas otras, se fortalece mi creencia de que la primera versión es la
cierta.
La mayoría
queremos que se encuentre a los culpables de la tragedia y que sean debidamente
enjuiciados. Por el momento se encuentran acusados militares que, ante el
ataque de la turba, reaccionaron en defensa propia, tal como podemos escuchar
en los audios que circularon ese día. Pero, además de los militares, hay que
procesar a los líderes de los grupos de presión, a la llamada dirigencia popular, que promovió la comisión de delitos por parte de quienes
se encontraban bloqueando las carreteras e intimidando a quienes querían
circular por estas. Los principales responsables de las muertes acaecidas ese
fatídico jueves 4 de octubre de 2012 son aquellos que instigaron a otros a
convertirse en delincuentes, independientemente de que hayan sido engañados,
extorsionados o manipulados.
Solo yo sé cuánto
me ha costado escribir este artículo pues, entre otras cosas, como escribió
Víctor Hugo en “Noventa y Tres”, su última novela: “Donde ha entrado la
tragedia, quedan para siempre el horror y la compasión”, y por lo menos esas
dos emociones se mezclaron en mi corazón. Sin embargo, si quiero que mis actos
sean justos y tomar las decisiones correctas para el bienestar mío, de mis
seres queridos y mis compatriotas honestos, productivos y benevolentes, no
puedo dejar que la emoción nuble mi razón. Toda consecuencia tiene una causa. Y
ésta última es la que tenemos que encontrar y aceptar para que las cosas
cambien para bien y deje de morir violentamente gente en Guatemala. En todos
lados.
“¿Hasta cuándo
Guatemala?” cuestionó alguien en mi cuenta en Facebook
(Facebook.com/mylibertas). “Hasta que TODOS entiendan que TODOS somos iguales
ante la ley. Que TODOS tenemos los mismos derechos. Y que TODOS debemos
respetar los derechos de los otros”. Fue mi respuesta.
Artículo publicado en el
diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 15 de octubre de 2012. La
fotografía pertenece al archivo de “Siglo Veintiuno” y fue tomada por Mariano
Rosales Cutz.
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