A Francisco Dall’Anese, como a todo buen burócrata internacional, casi siempre
le llegan tarde las noticias. Hace algunos días, en referencia a la próxima extradición
del exPresidente Alfonso Portillo a EE. UU., declaró que “el país [Guatemala]
podría convertirse en guarida para los delincuentes internacionales” sino se
lograba que Portillo fuera entregado pronto al gobierno del país mencionado
primero. ¡Qué cosa! Si nuestra tierra es desde tiempo atrás guarida no solo de
delincuentes, sino de criminales de la peor calaña. Y sin discriminación: los
hay nacionales e internacionales.
Muchos de estos delincuentes se encuentran refugiados en la CICIG, un ente más
de la Organización de las Naciones Unidas que en lugar de ayudarnos a cambiar
para bien de todos el sistema de justicia, ha enseñado a los fiscales locales a
abusar del poder e intimidar a la gente para alcanzar sus objetivos; los
cuales, la mayoría de las veces, poco tienen que ver con atrapar a los criminales.
Les interesa emitir una condena, más que hacer justicia. No buscan a quién la debe, sino a quién la paga.
No obstante, el principal refugio de delincuentes y criminales no son las
oficinas de burócratas internacionales, pagados con los impuestos de los
habitantes cuyos países pertenecen a su círculo de explotados. La principal
guarida de los peores criminales es el gobierno.
Al menos por el momento, parece que de Portillo sí nos vamos a librar por
un tiempo, sobre todo después de la decisión de la Corte de Constitucionalidad
de negarle al citado el amparo que solicitó para evitar su extradición a EE.
UU. Eso a pesar de la labor del magistrado Mauro Chacón para salvarlo de rendir
cuentas a los gringos. Ojalá también se pueda recuperar algo de todo lo que nos
robó a los tributarios de Guatemala.
Basta una simple mirada a los cambios en la calidad de vida de quienes
llegan al ejercicio del poder (Portillo por ejemplo), para comprobar la
veracidad de mí juicio sobre el gobierno. De pichirilo destartalado que se queda tirado por todos lados, pasan a
viajar en autos blindados de 50 mil dólares en adelante, acompañados del colero pagado por nosotros. De casa a
medio construir en una zona popular, pasan a mansión con vista a la ciudad y
chalet en alguna playa cool. De shucos los sábados a cena de miles de
quetzales en algún restaurante fusion
en las partes de la zona viva que
todavía son vivibles.
Y así puedo listar sin acabar los cambios notables en la vida de los
gobernantes, en la de sus familiares y en la de sus amigos que consiguieron un contrato con el Estado, o un puesto de tercera categoría con acceso a las arcas
públicas, o un cargo que les da el poder de extorsionar al empresario que, para
que su negocio sobreviva, no le queda más que pagar la mordida. Hoy solo
cambian los ladrones que llegan a gobernar. Y una vez no cambiemos las bases
que soportan nuestro sistema político, el cambio seguirá siendo para empeorar.
El presente artículo fue publicado el lunes 3 de septiembre de 2012 en el
diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de Internet.
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