En Guatemala,
como en el resto del mundo, hay asesinatos todos los días. Es obvio que cada
ser humano que existe es valioso para alguien. Esa persona que lo llora cuando
muere. Es lógico pensar que si esa muerte es violenta y a manos de un criminal,
el dolor será mayor. Y la única forma de compensar y ayudar a aliviar la pena de
los deudos, en otras palabras, las víctimas que aún viven (no se puede
compensar al muerto), es haciendo pagar al asesino por el crimen que cometió. El
castigo impuesto al agresor, como todo en la vida, dependerá del contexto. Las
consecuencias de sus acciones deberán ser justas: de acorde al hecho del cual,
después de ser acusado, se ha probado que es responsable.
En Guatemala,
como en el resto del mundo, hay asesinatos que hacen historia y hasta pueden
trascender nuestras fronteras. Entre los más recientes se encuentran el de
Facundo Cabral, Rodrigo Rosenberg, Marjorie Musa, Khalil Musa y Juan José
Gerardi. Todos los anteriores, además de la notoriedad internacional de sus
casos, tienen en común varias cosas: en todos aparentemente han encontrado a
los responsables del crimen y varios de ellos han sido condenados.
Algunos de los
sentenciados hasta ya han sido dejados en libertad, tal es la situación del
coronel Byron Disrael Lima Estrada, acusado de la muerte de Juan José Gerardi,
a quien, por cierto, nunca pudieron probar su asociación material con el crimen.
Y, claro, los colaboradores eficaces
que sirvieron bien a entidades como la CICIG para incriminar a otros sujetos en
las muertes de Rosenberg y los Musa. El premio por su colaboración fue recuperar su libertad. Una buena negociación para
los investigadores y los criminales que
fueron dejados libres. Pero, ¿a qué costo? ¿Se hizo justicia o solo se
satisfizo el ego de los émulos del Inspector
Lestrade?
Es probable que
debido a lo anterior, y a la existencia de otras dudas razonables en lo que
respecta a la acusación contra varios de los incriminados, la percepción generalizada
es que no se ha hecho justicia. La opinión de la mayoría informada es que en el
intento de acallar las críticas, los gobernantes y los encargados de velar
porque haya seguridad y justicia han
cometido más injusticias. En el caso del asesinato de Gerardi, después de haber
leído los libros que se han escrito sobre el tema, incluidas las primeras
sentencias, llego a la conclusión que al recién liberado coronel Lima, como a
los otros acusados, jamás se les probó objetivamente que fueran culpables.
Sobre este tema les sugiero leer el libro de Maite Rico y Bertrand de la
Grange: “¿Quién mató al Obispo?”
Sobre el caso
Rosenberg/Musa he escrito muchos artículos. ¿Qué más puedo decir? Que lamento
el cierre que le dieron a sus muertes. Un final en el cual el nombre y la honra
de las víctimas terminaron pisoteados por aquellos llamados a redimirlos. Tal
vez con Facundo Cabral se logré una excepción: una condena cabal.
Thanks for wonderful commentary. Brava !
ResponderBorrarMe gust su comentarion,
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