“Confiamos en
que… pongan nuestros intereses por encima de todos los otros intereses…”,
declaró la activista neozelandesa, Brittany Trilford, en la Cumbre Río+20,
convocada por la Organización de Naciones Unidas (ONU). Poco me importa qué
suceda en esta reunión de burócratas internacionales, evasores de impuestos que
viven muy bien de los tributos que nos obligan a pagar a otros bajo amenaza de
ir a la cárcel. Pero la exigencia de Trilford, esa sí llamó mi atención por
varios motivos.
Empiezo por
reconocer que es una afirmación cierta. Lo que esperan los representantes de
los grupos de presión que llegan a este tipo de actividades, es que los
funcionarios presentes al final les ofrezcan entregarles pronto, lo más pronto
posible, un voluminoso cheque para apoyar sus intereses, sus causas que
terminan siendo financiadas por quienes sí trabajan, producen y crean, y que
generalmente se van a ver afectados, de manera negativa, por las acciones de
estos grupos de interés.
Por aquello de
que alguno no comprenda en su totalidad a qué me refiero al hablar de
intereses, copio la definición de “intereses creados” dada por el Diccionario
de la Real Academia Española (DRAE): “Ventajas,
no siempre legítimas, de que gozan varios individuos, y por efecto de las
cuales se establece entre ellos alguna solidaridad circunstancial que puede
oponerse a alguna obra de justicia o de mejoramiento social”. Esa solidaridad
que une a Ban Ki-moon, y muchos más, con gente como Trilford, especímenes de la
raza humana (aunque muchas veces sean misántropos) de los cuales encontramos
varios representantes en Guatemala.
Lamento que la
joven Trilford (17 años) sea utilizada por los oportunistas que se han
aprovechado de su posible ingenuidad y buenas intenciones, así como también sucede
en nuestro país. Los niños y los adolescentes son manipulados desde muy
pequeños, no solo por los gobernantes que esperan acabar con su capacidad de
pensar para que luego sean siervos dóciles que repitan como loros una especie
de salve al Rey-Estado, proveedor
de todo y protector de los pobres, sino por sus mismos maestros que descargan
en ellos sus frustraciones, resentimientos y envidias, convirtiéndolos en
tontos útiles al servicio de los saqueadores que abundan entre aquellos que
ejercen el poder y sus cómplices en la sociedad
civil y el sector privado. Por
cierto, también abstracciones detrás de la cuales se esconden individuos
concretos.
Al final, la
lucha entre intereses privados en búsqueda de ser privilegiados por el Estado,
termina destruyendo los valores necesarios para asegurar la vida del ser humano
en sociedad: los derechos individuales, los cuales deben estar por encima de
los intereses particulares de cualquiera. “Violar los derechos del hombre
significa compelerlo a actuar en contra de su propio juicio o expropiar sus
valores”, Ayn Rand. Es convertir a los libres en esclavos de los intereses de
unos pocos.
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