Hoy quiero celebrar un
acontecimiento que fortalece mi esperanza de que en este siglo experimentemos un
tiempo en el cual prevalezca la razón correctamente entendida y la verdad
reconocida como la realidad misma: un período similar al vivido por los
ilustrados del siglo dieciocho en el que se gestaron las ideas que permitieron
la mejora exponencial en la calidad de vida de nuestra especie a partir del
siglo diecinueve. Un tiempo en el cual se sembró el germen del progreso que siguió
dando frutos en el siglo veinte a pesar de la irracionalidad y la barbarie que
también se sufrió en los últimos cien años. Un despertar de la grandeza de toda
persona que se respeta y respeta la vida, la libertad y la propiedad de los
demás. El ser humano que elige ser racional, que acepta que la única opción
para alcanzar y conservar sus valores es cooperar e intercambiar en paz con los
otros.
El despertar de quienes nos
reconocemos como parte de una misma raza, la humana, con una esencia común, la
cual nos ha permitido conseguir lo que no ha logrado ninguna otra especie:
crear una civilización. Individuos que nos orgullecemos de ser únicos e
irrepetibles, y sabemos que nuestras diferencias las podemos convertir en
elementos enriquecedores que nos permitan avanzar. Quienes disfrutamos de una
vida en armonía, identificando a nuestros pares con quienes elegimos compartir
nuestra existencia. Hombres y mujeres que, independientemente del país en que
nacimos, la etnia a la que pertenecemos, la lengua que hablamos, el color de
nuestra tez… entendemos que el deseo más íntimo de toda persona de ser feliz es
nuestro común denominador.
Y para júbilo de muchos, ¡muchos
más! que aquellos que lo resienten, ese Amanecer llegó a Guatemala, simbolizado
por la hermosa escultura del maestro Walter Peter Brenner, develada en Ciudad
Cayalá el pasado 31 de mayo de 2014. El Gigante que emerge en el Paseo es uno
de los monumentos más grandes del mundo en el género de mármol tallado. Una
obra que será admirada en todo el planeta. Una colosal producción contemporánea
que nos recuerda que en cada uno de nosotros, más allá de nuestras diferencias,
se encuentra la semilla de la grandeza. Es tarea individual cuidar esa semilla,
tratarla con respeto al elegir nuestros valores y regarla practicando las
virtudes que nos permitan cosechar sus frutos.
“Una alegoría a la búsqueda de la
felicidad”, así describe Walter a su más reciente creación. ¿Y qué es la
felicidad? “La felicidad es un estado de alegría no contradictoria, una alegría
sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus valores y que no
te lleva a tu propia destrucción…”, explica John Galt en “La Rebelión de Atlas”.
Y más adelante nos pide que: “En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques
este mundo a los peores… no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada
por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el
título de humanos”. Seamos humanos. Seamos felices.
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