Sé que existen
varias interpretaciones (dependiendo
de los intereses de quien lo use) del término nacionalista, como suele suceder
con otros temas trascendentales para el progreso del ser humano. Pero yo, al
igual que los pensadores sin los cuales no existiría la civilización actual,
pienso que “toda palabra tiene un significado exacto”, y que promover la
confusión conceptual es una de las principales armas, junto con la
descontextualización, que utilizan los seudointelectuales
que pretenden convencernos de que la realidad no existe, o que el hombre es
incapaz de conocerla, lo que crea un sentimiento de desamparo en tantos que
terminan viviendo con apatía su vida o entregados a creencias místicas que
permiten a unos cuantos, pasados de vivos,
manipular al resto.
Dentro del grupo
de anticonceptos preferidos y más usados se encuentra el nacionalismo, en
nombre del cual se cometieron los mayores crímenes del siglo pasado. Hitler,
Mussolini, Stalin, Mao, Pol Pot… eran nacionalistas. Invitaban a la gente a
morir por una abstracción que solo los beneficiaba a ellos y su círculo cercano.
Y quienes se atrevían a cuestionarlos eran condenados a morir o al exilio. El
“Reino del Terror” de Robespierre parece un paraíso al lado de las barbaridades
que los que enarbolan la bandera del nacionalismo han cometido.
Millones han
muerto sin saber por qué. Millones han muerto en guerras de saqueadores que se
pelean el poder. Millones han muerto solo para favorecer a quienes los han
esclavizado, los han expoliado y los han maltratado. Algunos hasta,
ingenuamente, han ido gustosos a encontrar la muerte, porque les han vendido la
idea de que es un acto glorioso en favor de su nación, sin preguntarse qué es la nación ni quién es el verdadero
beneficiario de su acción.
Todavía amo vivir en Guatemala. A pesar de la creciente incertidumbre y la
violación constante a los derechos de los habitantes de mi país. A pesar de que
los principales violadores de esos derechos son los gobernantes que,
irónicamente, deberían protegerlos. Valoro el tiempo pasado en mi terruño. Me
aferro a todo aquello que he construido en este pedazo de tierra donde
descansan los restos de mis seres queridos que hoy viven entre mis recuerdos
más preciados.
Todavía amo vivir en el país donde nací, porque aquí se encuentran mis
valores más queridos: mi familia, mis amigos, mis empresas. Por todas esas
personas que me muestran su cariño día a día y cuyos rostros nunca he visto,
pero con quienes comparto el sueño de vivir en una Guatemala diferente. Por
todos esos lectores, oyentes y televidentes que sin conocerlos son ya parte de
mi vida. Yo moriría luchando por defender los derechos individuales míos y de
mis valores. Pero nunca lo haré por un discurso político y manipulador que se
aprovecha de la ignorancia de muchos, del deseo de la mayoría de ser parte de
una sociedad y de la benevolencia propia del ser humano honesto. No vivo ni muero
por una ficción.
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