Como suelo hacer cada domingo que puedo, enfilé desde muy temprano (tan temprano como me lo permiten mis lecturas mañaneras) hacia el norte, con el objetivo de hacer escala en un restaurante bautizado en honor a una célebre cordillera europea. Después de disfrutar de un enriquecedor desayuno, en compañía de mi buen amigo Jorge Carro y sus siempre entretenidas charlas sobre escritores y la vida misma, continué el camino de regreso a mi punto de partida.
Por compromisos previos (la lectura pendiente de “Camino de Servidumbre” de F. A. Hayek para discutir al día siguiente) y el miedo a la lluvia que amenazaba con caer de un momento a otro, decidí variar mi ruta de retorno, mi eterno retorno, a mi lugar preferido en el mundo, el asteroide B506: privado, exclusivo, solitario… como a veces lo soy yo también.
Por cierto, quiero aclarar que el miedo al agua no tenía que ver con el hecho de que me molestara el líquido cayendo sobre mí, ni a la escasa posibilidad de que me derritiera en caso estuviera hecha de azúcar, a pesar de lo dulce que puede ser de vez en cuando. No. Mi temor tenía una base racional: la posibilidad de que a consecuencia de un baño no planificado, adquiriera un resfriado ahora que me había quedado sin equinacia, la cual, para colmo de males, se encontraba agotada en el mercado local. Al menos la que yo tomo. Odio los catarros y más las gripes. Así que seguí el ancestral consejo de que más vale prevenir que lamentar.
Lo maravilloso del cambio de rumbo, a pesar de que extrañé los escenarios que visito en el recorrido que obvié, fueron los personajes con los que me topé. Primero, me sorprendió ver correr a Groucho Marx, inconfundible, enfundado en un short beige y una camiseta roja, con su cabello suelto brincando a cada paso que daba el genial cómico, y los bigotes fijos a la que debió ser una sonrisa. Aunque, imagino que el cansancio le impidió terminarla como se debe.
Luego, me pareció distinguir a Truman Capote en patines, conversando con una amiga que no era Harper Lee. Recordé que recién compré en Chicago la versión original, en inglés, de “To Kill a Mockingbird”, la cual espero leer pronto. También recordé una de mis frases preferidas, de la versión en español, del protagonista (Atticus Finch) de la premiada novela de la distinguida escritora mencionada: “Se es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intentas a pesar de todo y luchas hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”.
Atenta al dialogo de Yo y Mí, sin un tercero que nos interrumpiera (aunque Zaratustra y Nietzsche nos asechaban), vi pasar en bicicleta a uno de los más respetados roqueros mexicanos: Alex Lora del Tri. A mí, y a yo también, nos gustan más otros géneros musicales o el rock de apellido roll, sin embargo, apreciamos a varios de los grandes creadores que han hecho popular este ritmo musical.
Más adelante me crucé con un hombre guapísimo (ninguno de los nombrados) vestido de payaso, una bella mujer escondida detrás de unos lentes oscuros, varias futuras madres acompañadas de quienes probablemente eran los padres del futuro niño, personajes flacos como un fideo y otros gordos como el Sargento García…
Hagamos un alto en este último. El Sargento García, fiel amigo aunque no lo reconociera, del héroe de negro: el Zorro. No Batman, no se confundan. Diego de la Vega y Bruce Wayne pertenecen a diferentes eras. En fin, regresando a García, pensé que este generalmente era marcado, sin hacerle mayor daño, por la zeta del Zorro. Pensé que hoy, nosotros somos marcados, y nos hace mucho daño, por la zeta de los Zetas: una zeta con significado opuesto, en el caso de los criminales mencionados, a la zeta del caballero de la noche colonial.
Creí que nada más podía sorprenderme por este día, hasta que enfrente de mí apareció mi ayer. Era yo de año y meses: el cabello rubio, ensortijado, rebelde, similar al del Marx citado anteriormente, pero en distinto color. Cara redonda de cachetes rebosantes y el ceño fruncido. No logré determinar el color de los ojos pero debieron ser verde-avellanado. La criatura caminaba aparentemente sola, tal vez por eso el gesto en su rostro no era de alegría. Seguí caminando sin voltear a ver atrás. Total, el pasado hay que dejarlo descansar en la memoria. La vida es para vivirla en el presente. Lehaim.
El presente escrito fue publicado en la Revista Nuchef (Edición 31) de julio-agosto 2011. La fotografía de la Avenida de Las Américas la tomé el 26 de agosto de 2007.
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